martes, 31 de agosto de 2010

Se enamoró de él después de tantas horas sentados en el mismo asiento de camión. Me enamoré de él, se lo repetía cada día. Él, no volteaba la vista, no veía que esa persona le amaba. Él se ensimismaba en su reproductor de música. La otra persona se ensimismaba en su perfil, lo único que podía verle. El enamoramiento llegó después de sólo tocar su pierna con la suya. Varios kilómetros más lejos no logró olvidarlo. Se fumó otro cigarro y se propuso olvidarlo. Se terminó la cajetilla y no lo logró.

No hablo, mejor callo

Calló, cayó.


No me dijo nada, sólo me pidió una moneda extendiendo su brazo.

La calle estaba repleta de personas embarradas de prisa. Lo evité, me hice a un lado.

El señor vestido de harapos me siguió, me tomó de la mano y me dijo:

-órale cabrón, ¿qué no me piensas dar pa’ un taco?

Lo seguí evitando, caminé más de prisa.

Recordé el letrero de cartón ‘‘Una ayuda para este pobre mudo’’

-Cabrón -le dije- ¿no qué eras mudo?

Corrió, aventó a una señora vestida de morado, entaconada y de lentes D&G, lo traté de alcanzar pero fue inútil, se escapó, gritando que lo quería asaltar.

Y ahora qué hago...

No quiso quedarse, se fue, la muy ingrata. Se llevó sus pantaletas en una bolsa de plástico, creo que era de Soriana. Sus zapatos, sus blusas y hasta un Rolex que le compré en la central de camiones, creo que veníamos de La Villa. Se fue, se fue...ya llegó mi esposa, por poco y la encuentra aquí.