lunes, 23 de mayo de 2011

Pintura: Máscaras    Autor: Julieta Strasberg
Juego de máscaras

Siempre he sido un maniático engreído.  Un ser que casi nunca está de acuerdo con las reglas establecidas por la sociedad o por alguna institución. Me dejo llevar por mis instintos. Rara vez pido opiniones o consejos para llevar a cabo mis acciones. Ahora bien, no siempre eso que deseo me satisface. Habría que saber qué es lo que causa mi desagrado. Si pudiera dar respuesta a  esta interrogante, no estaría sentado en este lugar, y tampoco sería quien soy en este preciso momento.
Algunas personas creen que soy un despojo de la humanidad, un ser  anacrónico sin algún fin en este mundillo. Y me da gusto que lo piensen, porque no vivo a expensas de los demás y,  ‘‘todos los bienes de este mundo tienen pocos atractivos para mí (…) ’’[I] Así de sencillo. No vivo creyendo que el mundo gira a mí alrededor y, que soy el mejor en lo que hago. Pero, —el clásico ‘pero’ que no puede ni debe faltar— existo, para desagrado de muchos y regocijo de pocos.
Sabemos claramente que hay un mundo, que hay vida y, que ésta se desarrolla de manera específica, de formas específicas y en momentos específicos. Algunos creen —me incluyo— que para que el proceso de vida esté completo hacen falta sentimientos, no de esos tildados de ‘bonitos’ o de los que nos llenan el corazón. Hacen falta —aún más— emociones fuertes, agresivas y transgresoras que nos sigan impulsando a tener una deferencia más ‘especial’ en nuestros actos. Bien, ¿cuáles podrían ser esos sentimientos? para comenzar yo pondría una porción extra de maldad, y restaría un poco —pero sólo un poco— de hipocresía. Quitaría las risas estúpidas —ésas que no tienen ningún fin concreto— y pondría más valentía. Borraría la envidia y a sus seguidores. Y sí, los mandaría justo al lugar que Dante designó para ellos. Y para terminar, pondría una ración extra de serenidad.
 Ahora, si nos fuéramos al lado opuesto veríamos que sin estas cualidades no hubiera sido posible el desarrollo de una obra que mezcla con gran viveza las antes mencionadas. La obra literaria a la que hago referencia es Tartufo, del escritor francés Molière. El personaje principal, homónimo a la obra, se esconde tras una mezcla de hipocresía y malicia. Su vida se desarrolla de manera fácil. Casi parado sobre un estrado esperando a que las situaciones se acomoden a su antojo. Y eso, es comodidad. La mentira, tema aparte, se le facilitaba, como se me puede facilitar a mí, a él, a ella y a ustedes.
Todo esto suena paradójico, lo sé, tal vez hasta utópico a cierto punto. Pero no está tan alejado de la realidad. Vamos, hagamos una prueba, observemos a nuestro alrededor y veremos que por lo menos hay alguien que se le parece. O quizá, nosotros mismos somos una escultura en cera perdida del propio Tartufo. Y si se le acusara de pecador ¿cuál sería su castigo?, ¿acaso su alma seguirá vagando en el limbo de los ‘literarios muertos? 
 Es cierto que aparte de ser un ‘mentiroso’ bastante discreto, supo barajar muy bien sus cartas. Y eso, es una virtud que no cualquiera tiene. Porque no es lo mismo mentir y caer de cara en sus propias mentiras, que mentir y provocar caídas y tropezones en los que nos rodean. Eso es a lo que yo —y algunos más— llamamos estilo. Porque hasta para mentir, para ser hipócrita, y para ser un cabrón hay que ser inteligente.
Quizá nuestro problema radique en esto, en el no saber actuar de la manera indicada. De poner por delante nuestro lado sensible, antes que nuestra maldad, mezclamos nuestras vivencias personales con las sociales y viceversa. Puede ser que la hipocresía sea mala, puede ser que sea buena o, quizá sea una mezcla de ambas. Si existiera un porcentaje —y éste pudiera ser medido— nos facilitaríamos las cosas, las causas y los hechos. Pero siempre hay quien nos esté limitando, un entrometido que nos restrinja nuestros deseos ‘‘y no hay nada más molesto que la restricción en la cual me tienen. ’’[II]
Y muero de ganas por que algún día nos desatemos de las cuerdas que nos tienen cautivos. Porque los sentimientos a los que me he referido anteriormente  se renueven o perezcan—según sea el caso—, mientras un halo de bondad ilumine nuestros rostros inundados por la podredumbre de la maldad. Rezaré mil rosarios a la Virgen para que cuando yo quiera hacer algo, no haya nadie que me lo impida y me dé consejos moralizantes, Dignos de Depak Chopra. Que al contrario, me suelten como un lobo hambriento en medio de la jungla, o más sencillo; que me digan: ‘‘Haga lo que le dé su chingada gana’’[III]
Y así comportarme como un Tartufo, salir a la calle con una máscara de bondad y confundir a las personas de que soy benévolo, mientras en el interior mis deseos de engaño y estafa revoloteen ansiosos por salir al exterior. No sé, exactamente, cuánto tiempo tenga que esperar para que esto suceda. Ni siquiera sé si en realidad pasará algún día. Por lo pronto, no me voy a tirar en un sillón a esperar a que eso ocurra, cada día trabajaré por mejorar mi técnica de persuasión. Por mejorar mis gestos de bondad. Por tener en la palma de mi mano a ésos que quiero manipular.
No me importa que después me atrapen, me juzguen y me señalen como un impostor. De verdad, no me interesa en lo más mínimo. Al final, si eso sucede, nadie podrá quitarme lo que hice o lo que disfruté mientras mis planes salieron bien. A Tartufo ya no le importó que lo atraparan y lo juzgaran como un charlatán. Y esa es otra de sus cualidades. El dejar que las cosas tomen el curso que tengan que tomar sin sentir remordimiento o culpa, sin dejar que las emociones rosadas a las que estamos acostumbrados influyan sobre nosotros. No estamos obligados ­—o por lo menos yo no lo estoy— a seguir lo impuesto para satisfacer los deseos de él, de ella y de ustedes.
 Ahora es tiempo de empezar, de levantarme de éste y de aquel sillón y, de hacerles creer que no soy lo que piensan, mucho menos lo que desean.




[I]Molière, Jean-Baptiste Poquelin, Tartufo, Editorial Época, México, 1998, pág. 48
[II] Molière, Jean-Baptiste Poquelin, ‘‘Obras Completas’’, El enfermo imaginario, Panamericana Editorial (Libros del Rincón), México, 2002, pág. 188
[III] Poniatowska, Elena, Paseo de la Reforma, Editorial Planeta/Joaquín Mortiz, México, 2009, pág. 140

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