domingo, 13 de noviembre de 2011

lunes, 23 de mayo de 2011

Pintura: Máscaras    Autor: Julieta Strasberg
Juego de máscaras

Siempre he sido un maniático engreído.  Un ser que casi nunca está de acuerdo con las reglas establecidas por la sociedad o por alguna institución. Me dejo llevar por mis instintos. Rara vez pido opiniones o consejos para llevar a cabo mis acciones. Ahora bien, no siempre eso que deseo me satisface. Habría que saber qué es lo que causa mi desagrado. Si pudiera dar respuesta a  esta interrogante, no estaría sentado en este lugar, y tampoco sería quien soy en este preciso momento.
Algunas personas creen que soy un despojo de la humanidad, un ser  anacrónico sin algún fin en este mundillo. Y me da gusto que lo piensen, porque no vivo a expensas de los demás y,  ‘‘todos los bienes de este mundo tienen pocos atractivos para mí (…) ’’[I] Así de sencillo. No vivo creyendo que el mundo gira a mí alrededor y, que soy el mejor en lo que hago. Pero, —el clásico ‘pero’ que no puede ni debe faltar— existo, para desagrado de muchos y regocijo de pocos.
Sabemos claramente que hay un mundo, que hay vida y, que ésta se desarrolla de manera específica, de formas específicas y en momentos específicos. Algunos creen —me incluyo— que para que el proceso de vida esté completo hacen falta sentimientos, no de esos tildados de ‘bonitos’ o de los que nos llenan el corazón. Hacen falta —aún más— emociones fuertes, agresivas y transgresoras que nos sigan impulsando a tener una deferencia más ‘especial’ en nuestros actos. Bien, ¿cuáles podrían ser esos sentimientos? para comenzar yo pondría una porción extra de maldad, y restaría un poco —pero sólo un poco— de hipocresía. Quitaría las risas estúpidas —ésas que no tienen ningún fin concreto— y pondría más valentía. Borraría la envidia y a sus seguidores. Y sí, los mandaría justo al lugar que Dante designó para ellos. Y para terminar, pondría una ración extra de serenidad.
 Ahora, si nos fuéramos al lado opuesto veríamos que sin estas cualidades no hubiera sido posible el desarrollo de una obra que mezcla con gran viveza las antes mencionadas. La obra literaria a la que hago referencia es Tartufo, del escritor francés Molière. El personaje principal, homónimo a la obra, se esconde tras una mezcla de hipocresía y malicia. Su vida se desarrolla de manera fácil. Casi parado sobre un estrado esperando a que las situaciones se acomoden a su antojo. Y eso, es comodidad. La mentira, tema aparte, se le facilitaba, como se me puede facilitar a mí, a él, a ella y a ustedes.
Todo esto suena paradójico, lo sé, tal vez hasta utópico a cierto punto. Pero no está tan alejado de la realidad. Vamos, hagamos una prueba, observemos a nuestro alrededor y veremos que por lo menos hay alguien que se le parece. O quizá, nosotros mismos somos una escultura en cera perdida del propio Tartufo. Y si se le acusara de pecador ¿cuál sería su castigo?, ¿acaso su alma seguirá vagando en el limbo de los ‘literarios muertos? 
 Es cierto que aparte de ser un ‘mentiroso’ bastante discreto, supo barajar muy bien sus cartas. Y eso, es una virtud que no cualquiera tiene. Porque no es lo mismo mentir y caer de cara en sus propias mentiras, que mentir y provocar caídas y tropezones en los que nos rodean. Eso es a lo que yo —y algunos más— llamamos estilo. Porque hasta para mentir, para ser hipócrita, y para ser un cabrón hay que ser inteligente.
Quizá nuestro problema radique en esto, en el no saber actuar de la manera indicada. De poner por delante nuestro lado sensible, antes que nuestra maldad, mezclamos nuestras vivencias personales con las sociales y viceversa. Puede ser que la hipocresía sea mala, puede ser que sea buena o, quizá sea una mezcla de ambas. Si existiera un porcentaje —y éste pudiera ser medido— nos facilitaríamos las cosas, las causas y los hechos. Pero siempre hay quien nos esté limitando, un entrometido que nos restrinja nuestros deseos ‘‘y no hay nada más molesto que la restricción en la cual me tienen. ’’[II]
Y muero de ganas por que algún día nos desatemos de las cuerdas que nos tienen cautivos. Porque los sentimientos a los que me he referido anteriormente  se renueven o perezcan—según sea el caso—, mientras un halo de bondad ilumine nuestros rostros inundados por la podredumbre de la maldad. Rezaré mil rosarios a la Virgen para que cuando yo quiera hacer algo, no haya nadie que me lo impida y me dé consejos moralizantes, Dignos de Depak Chopra. Que al contrario, me suelten como un lobo hambriento en medio de la jungla, o más sencillo; que me digan: ‘‘Haga lo que le dé su chingada gana’’[III]
Y así comportarme como un Tartufo, salir a la calle con una máscara de bondad y confundir a las personas de que soy benévolo, mientras en el interior mis deseos de engaño y estafa revoloteen ansiosos por salir al exterior. No sé, exactamente, cuánto tiempo tenga que esperar para que esto suceda. Ni siquiera sé si en realidad pasará algún día. Por lo pronto, no me voy a tirar en un sillón a esperar a que eso ocurra, cada día trabajaré por mejorar mi técnica de persuasión. Por mejorar mis gestos de bondad. Por tener en la palma de mi mano a ésos que quiero manipular.
No me importa que después me atrapen, me juzguen y me señalen como un impostor. De verdad, no me interesa en lo más mínimo. Al final, si eso sucede, nadie podrá quitarme lo que hice o lo que disfruté mientras mis planes salieron bien. A Tartufo ya no le importó que lo atraparan y lo juzgaran como un charlatán. Y esa es otra de sus cualidades. El dejar que las cosas tomen el curso que tengan que tomar sin sentir remordimiento o culpa, sin dejar que las emociones rosadas a las que estamos acostumbrados influyan sobre nosotros. No estamos obligados ­—o por lo menos yo no lo estoy— a seguir lo impuesto para satisfacer los deseos de él, de ella y de ustedes.
 Ahora es tiempo de empezar, de levantarme de éste y de aquel sillón y, de hacerles creer que no soy lo que piensan, mucho menos lo que desean.




[I]Molière, Jean-Baptiste Poquelin, Tartufo, Editorial Época, México, 1998, pág. 48
[II] Molière, Jean-Baptiste Poquelin, ‘‘Obras Completas’’, El enfermo imaginario, Panamericana Editorial (Libros del Rincón), México, 2002, pág. 188
[III] Poniatowska, Elena, Paseo de la Reforma, Editorial Planeta/Joaquín Mortiz, México, 2009, pág. 140

martes, 17 de mayo de 2011

                                                         


                                                 Pequeña Eternidad



Ya han pasado dos meses, y yo sólo poseo estos gastados caracteres para sentirte cerca de mí. Dos meses. Sólo dos meses que parecen poco tiempo, dos meses que para mí han sido una grata eternidad a tu lado.
Y miro al cielo, y levanto los brazos y agradezco a Dios por dejarme estar a tu lado. Y al momento de bajar los brazos pido por que me deje tenerte junto a mí cuerpo, por que nunca te alejes. Porque puedo ver a través de las paredes un hermoso paisaje si pienso en ti.
Pasan los segundos, los minutos, las horas, los días…sigue transcurriendo el tiempo y no quiero que esta insulsa amnesia haga que me olvide de ti. Camino y robo el perfume del campo desierto para guardarlo en una botella y entregártelo en tus manos.
Siguen pasando los minutos mientras escribo, Cronos no deja que el tiempo se detenga. Lucho por parar el transcurso del reloj, pero es inútil. Un ángel me dice que el tiempo que transcurre lo encierre bajo el cielo claro del día para mostrarlo a la perpetuidad; y le hago caso y guardo, también,  nuestros momentos en fotografías en sepia en mi memoria.
La noche llegó poco a poco, alejando el suave crepúsculo de la inmensidad. Llegó avisando que mañana será un día nuevo, una nueva aventura por vivir cerca de ti. Ya pasará la noche y llegará ese día tan esperado. Y, antes de dormir vuelvo a agradecer por que seas parte de mi nueva vida.

martes, 12 de abril de 2011

Pintura: Yvonne y Magdeleine recortadas. Autor: Marcel Duchamp
Entre la abstracción y mis pesadillas
Fue ayer que dormí como hacía tiempo no lo hacía. Llegué cansado a casa e inmediatamente me metí a la cama.Eran las cuatro de la madrugada cuando desperté sobresaltado.
Fue una pesadilla -pensé-la peor de las pesadillas. Yo, parado sobre un fondo rojizo. Yo, asustado. Yo, corriendo.
Múltiples rostros, carentes de tronco, de piernas, de brazos. Me perseguían susurrando mi nombre. Rostros con aparente nariz que aspiraban desesperadamente mi olor. Eso parecía.
Yo sentado sobre el borde de mi cama me reiteré que sólo había sido una pesadilla y traté de volver a dormir.

lunes, 11 de abril de 2011

                          :Fragmentos hilados:

Salí después de un encierro casi perpetuo. Al principio el sol cegó mi vista, quemó mi piel en pocos segundos. El viento cálido de marzo chocaba contra mi rostro dando una sensación de alivio, de paz, de libertad.
Las cadenas que me mantenían atado se rompieron. Cayeron sobre mis pies hechas trizas. Sentí cómo la libertad me ahogaba, era una sensación agradable. Al sentirme libre te busqué sin encontrarte. Busqué tu rostro, tu silueta entre las calles inundadas de caras irreconocibles.
No te encontré. Deambulé horas incontables buscándote. Pesquisas fallidas.
Fue en una vida digital donde te encontré. Una vida paralela a la real, donde no había nombres, apellidos o texturas reales. Allí estabas.
Líneas interminables de unos y ceros ligaron la irrealidad a un escenario palpable. Me ligaron a ti, me sentí extraño ―no lo niego―. Al principio hubo pena, desconfianza, miedo. Aquel día una sensación de café y chocolate navegaba por mi boca. Después empezó la historia que no ha terminado y que espero sea prolífica. Espero que no se detenga ante los minutos y horas que Cronos arroja al viento.
Y así comenzó todo. Nuestra historia empezó con un café, sentados durante horas frente a las luces de la ciudad. Imaginando un mundo mejor, una vida tan real como la que soñé durante el encierro. Mientras estuve preso de la soledad.

miércoles, 6 de abril de 2011

                                                                         


                                  ::Tú::
Caminé. Caminé mucho
tiempo en tinieblas fue lo que dije a mi psicólogo
Seguí hablando por más de dos horas.
Le conté mis problemas personales, el trabajo y la familia.
Permanecí hablando por una hora más.
Y ahora, ¿cómo te sientes? ―preguntó
el señor de pantalón kaki y camisa violeta―

¿Ahora? ―contesté dubitativo―
Sí, ahora que dices que ya no caminas
en línea recta y bajo la oscuridad ―replicó―

Ahora encontré a una persona, la
encontré justo cuando menos la esperaba. Todo se dio de manera natural, nos
conocimos, salimos un par de veces y ahora, ahora véame…

―continúa, dijo el psicólogo―
Pues hace honor a su nombre―dije―
Cómo se llama―volvió a interrumpir­―
Sólo le puedo decir eso, hace honor a
su nombre. Es como un ser celestial.

Tiene nombre de eso, de esos seres que
dicen nos acompañan durante toda nuestra vida―fue lo último que dije antes de
salir del consultorio­―.




























martes, 22 de febrero de 2011

Sólo Dormía
¿Cómo agradecer a Dios? Fue lo primero que cruzó por mi mente al sentir la mañana sobre mí.
Agradecería el sentirme bien, el no tener pensamientos tan rojos, tan negros, tan púrpuras. Agradezco por un día más de vida. Reclamo el sentirme así. El sentir que mi piel se quema, sentir que mi corazón se hela.
Puse un pie en mi alfombra gris, bajé el segundo. Apoyé los dos  ya sobre el suelo frío. Puse los codos en las rodillas, las manos sobre la cara y las lágrimas sobre las mejillas.
 Así empezó el día.Transcurrió de manera casi natural, pasó sin darme cuenta. Eran las seis de la tarde y seguía acostado. Seguía pensando, pensando, pensando…llegaron las ocho de la noche y no tenía hambre. Tenía ganas de comer.
Al terminar la noche y el día y empezar el otro, seguía acostado. Ahora ya no sentía dolor, todo era tan cómodo, estaba tan suave mi cama, olía a campo, había mucha gente. Pensé que era una buena oportunidad de ampliar mis relaciones sociales. Traté de despegar las manos del cuerpo, de abrir los párpados y de convertir mis labios mustios en una sonrisa.
No pude.
Todo se tornó desesperación, angustia y miedo.  Mi cama no era mi cama, era un lecho mortuorio, no olía a campo, eran flores rojas y blancas adornadas con cintas que decían: ‘‘De tus amigos’’. La gente no reía. Algunos platicaban en voz baja, otros rezaban, y algunos más lloraban.
Traté de regresar algunos momentos de mi vida, quise saber qué pasaba. No pude. Sólo vinieron a mi mente muerta las imágenes de un frasco de color café oscuro, lleno de pastillas blancas. Y así, con esas fotografías de ese frasco en mi cabeza traté de dormir tranquilo. Quizá por siempre.



viernes, 18 de febrero de 2011


                                                    Demasiada libertad
Vivíamos entre la pobreza, la miseria, la basura y la decepción. Caminábamos juntos, nos gustaba el olor a marihuana quemada, a cerveza caliente y al jabón con agua con el que lavábamos los parabrisas.
¿Recuerdas cómo nos gustaba bailar sobre el camellón? Bailábamos mientras nos besábamos, mientras el Zancudo escupía fuego frente a los coches. Bailábamos reggae. Tú, eras buena bailando reggae, te contoneabas mejor la Brisny. Me gustaba mucho ver como movías tus nalgas. Me gustaba darte nalgadas en la calle, bajo el sol caliente del verano. Ahora, sólo recuerdo tu cara de enojo cuanto tocaba tus nalguitas. Me gritabas, pero tus gritos me causaban alegría. Aquellos diálogos no se me han olvidado.
— ¡Ora cabrón, deja de agarrarme las nalgas!—
— ¡Qué no ves que esas ñoras nomás nos están viendo! —
Recuerdos. ¿Recuerdas que el día de tu santo te regalé una cachucha?
—Sí, sí recuerdo—
—Pos se la robé a don Joaquín, el que vende en el tianguis los domingos—
—Si serás hijo de la chingada, si no tenías que regalarme nomás me hubieras dado un Gansito, ya ves que me gustan mucho—
Tus palabras siguen retumbando en mi cabeza. Siguen rondando en la memoria de este pobre infeliz. Recuerdo el último día y la última noche que pasamos juntos. . Recuerdo que nos peleamos, nos gritamos y nos mentamos la madre. Recuerdo la cara de susto de los más chiquitos de la banda. Ésos a los que sus padres olvidaron y después abandonaron.
Recuerdo que me aventaste un zapato de la Morita, esa niña que es más morenita que la Virgen de Guadalupe. No se me ha olvidado que eras una cabrona, que te valía madres lo que la ‘autoridá’ dijera. Ni la pobreza en la que vivíamos te aplacaba el carácter, al contrario, te hiciste más rejega, más grosera y también más valiente.
Ya no sé cuántos años han pasado desde aquel día que llegó la policía y nos detuvo. A ti te llevaron a no sé dónde chingados y a mi antes de subirme a la patrulla me dieron una golpiza. Sólo recuerdo el pavimento frío, mi cara caliente por los golpes y mi ropa manchada de sangre. Sangre que no era azul.
Jamás te volví a ver. Pero has de ser una señora hermosa, yo ya soy un viejo. Un viejo mediocre que vive pensando en ti. Un viejo que quiere morir para salir de aquí. La verdad es que nunca supe por qué me encerraron, nunca me quisieron explicar. Sólo me decían:
—La gente como tú no sale de aquí, mejor resígnate—
Y sí, la gente como yo no sale de la cárcel, se queda a vivir en ella, hacemos de la pesadilla nuestra residencia.
Si algún día salgo de aquí te voy a buscar en el mismo puente. Sé que allí vas a estar esperándome, enredada en tu cobija cubierta de mugre. Sé que me vas a estar esperando con un cigarro Alas en la mano, con tu botella de agua jabonosa y el corazón más limpio que tu cobija.