jueves, 2 de septiembre de 2010

Cine en casa

Una hora no perdida, hablamos, hablamos, hablamos…


― ¿Qué te gusta hacer?

―Pues, no sé…

― Cómo qué no sabes

― No, no sé

Se durmió en mis piernas mientras Roy Orbinson cantaba en la película. Giró su cuerpo, manoteó, estiró una pierna, babeó mi pantalón. Pero nunca despertó. Despertó a la hora de los créditos.

― Me quedé dormida

― ajá― murmuré aflojerado

― ¿Me llevas a mi casa?

El sol rojizo del atardecer nos invitaba al sexo, la luna amarilla quería que hiciéramos el amor.

― Mejor te quedas a dormir conmigo¬― le propuse―

― Yo ya dormí, si me quedo no vamos a dormir

― si te quedas…

― Vamos a bañarnos, te quiero tallar la espalda― dijo mientras se rascaba la nariz―

Nos bañamos, nos besamos y acariciamos. El sol y la luna estuvieron felices aquella noche por que los deseos de los dos se cumplieron. Amaneció, atardeció y seguíamos despiertos incitando a que nos desearan cosas ‘buenas’.

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