Una hora no perdida, hablamos, hablamos, hablamos…
― ¿Qué te gusta hacer?
―Pues, no sé…
― Cómo qué no sabes
― No, no sé
Se durmió en mis piernas mientras Roy Orbinson cantaba en la película. Giró su cuerpo, manoteó, estiró una pierna, babeó mi pantalón. Pero nunca despertó. Despertó a la hora de los créditos.
― Me quedé dormida
― ajá― murmuré aflojerado
― ¿Me llevas a mi casa?
El sol rojizo del atardecer nos invitaba al sexo, la luna amarilla quería que hiciéramos el amor.
― Mejor te quedas a dormir conmigo¬― le propuse―
― Yo ya dormí, si me quedo no vamos a dormir
― si te quedas…
― Vamos a bañarnos, te quiero tallar la espalda― dijo mientras se rascaba la nariz―
Nos bañamos, nos besamos y acariciamos. El sol y la luna estuvieron felices aquella noche por que los deseos de los dos se cumplieron. Amaneció, atardeció y seguíamos despiertos incitando a que nos desearan cosas ‘buenas’.
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