—Estoy harta—le grité a mi mamá…
—Tú estás harta— estás pendeja—contestó
—No mamá, estoy hasta la madre de ser la burla de la vecindad
—y yo, ¿a mí quién me entiende?
—Tú no estás aquí para ser entendida
Desperté gritando, el pecho agitado, las sábanas mojadas de sudor, aún el aire olía a sudor, a humo de cigarro y a fluidos corporales, sí… él se fue sin despedirse. Dejó quinientos pesos sobre el buró, una cajetilla vacía de Camel y la llave abierta del lavabo.
—Mamá aquí está lo de la semana
—Gracias
— ¿Sólo gracias?
—Sí
—Lo malo de ser puta¬—pensé—y me fui a dormir.
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