martes, 22 de febrero de 2011

Sólo Dormía
¿Cómo agradecer a Dios? Fue lo primero que cruzó por mi mente al sentir la mañana sobre mí.
Agradecería el sentirme bien, el no tener pensamientos tan rojos, tan negros, tan púrpuras. Agradezco por un día más de vida. Reclamo el sentirme así. El sentir que mi piel se quema, sentir que mi corazón se hela.
Puse un pie en mi alfombra gris, bajé el segundo. Apoyé los dos  ya sobre el suelo frío. Puse los codos en las rodillas, las manos sobre la cara y las lágrimas sobre las mejillas.
 Así empezó el día.Transcurrió de manera casi natural, pasó sin darme cuenta. Eran las seis de la tarde y seguía acostado. Seguía pensando, pensando, pensando…llegaron las ocho de la noche y no tenía hambre. Tenía ganas de comer.
Al terminar la noche y el día y empezar el otro, seguía acostado. Ahora ya no sentía dolor, todo era tan cómodo, estaba tan suave mi cama, olía a campo, había mucha gente. Pensé que era una buena oportunidad de ampliar mis relaciones sociales. Traté de despegar las manos del cuerpo, de abrir los párpados y de convertir mis labios mustios en una sonrisa.
No pude.
Todo se tornó desesperación, angustia y miedo.  Mi cama no era mi cama, era un lecho mortuorio, no olía a campo, eran flores rojas y blancas adornadas con cintas que decían: ‘‘De tus amigos’’. La gente no reía. Algunos platicaban en voz baja, otros rezaban, y algunos más lloraban.
Traté de regresar algunos momentos de mi vida, quise saber qué pasaba. No pude. Sólo vinieron a mi mente muerta las imágenes de un frasco de color café oscuro, lleno de pastillas blancas. Y así, con esas fotografías de ese frasco en mi cabeza traté de dormir tranquilo. Quizá por siempre.



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